lunes, 20 de octubre de 2008

AMNESIA 2008.


AMNESIA 2008.
-Noche.
Me levanto al baño, la casa está oscura, entro, meo, miro por la ventana, el cielo está y la Luna llena está saliendo, vuelvo a acostarme.
-Amanecer 07:30 am.
Suena el despertador, me levanto, al abrir la ventana miro al horizonte y veo una pequeña luz alo lejos, dejando una estela de humo, dejo de mirar y no le doy importancia.
Voy a la escuela, al regresar, después de de comer y estudiar me echo a descansar.
-07:00.
Saco mi bicicleta, esa noche iba a dormir en La Laguna.
Subo por el monte, a medio camino, cuando todavía hace sol, una extraña sombra me atrapa y todo se vuelve oscuro, una luz me apunta a la cabeza, veo unas extrañas siluetas y de pronto me duermo.
Me despierto en una zona oscura con abundante vegetación, creo que todo a acabado pero unas pequeñas siluetas con lo que parecen ser unas luces en la cabeza. Que casualidad que me encontré una bici de los del Multiaventura allí tirada me subí y comencé a huir, entre los árboles se vía la Luna llena que iluminaba un poco el camino. Tras un rato de huída comenzaba a acercarme a casa, de pronto me caí de la bici y esas siluetas que me perseguían me atraparon, que me hicieron no lo sé.
Me desperté, estaba en mi casa, ya había amanecido,
La verdad no sabía que había ocurrido la noche anterior, pero a lo lejos en el horizonte se veía una luz de estraña forma igual que la que había visto la mañana anterior.
Umaga

Perdido en La Laguna


Perdido en La Laguna

Una tarde en La Laguna jugando al fútbol con mis amigos, ya cansados y sudorosos pero con ganas de acabar, empezaba a hacer frío y los mosquitos comenzaban a incordiar, en el último disparo el balón fue a parar entre los árboles y fui a buscarlo.

El balón estaba lejos y me costó encontrarlo, cuando lo encontré salí corriendo para irnos ya, cuando, de repente, resbalé y me golpeé la cabeza, no sé cuánto tiempo estuve inconsciente pero ya era de noche, me levanté, me sacudí la tierra y me llevé una mano a la cabeza, el chichón me dolía y era grande pero no le presté importancia, como había perdido la orientación miré el móvil para ver si podía llamar a alguien pero no tenía cobertura, entonces desesperado, caminé. Anduve un buen rato hasta que me encontré en el parque, la luna parecía enorme y había una bruma intensa, se oían los grillos cantar y unos extraños pájaros parecían gruñir. Me senté a descansar y oí un ruido de ramas crujir detrás de mí, me giré y vi una extraña persona vestida con harapos, parecía un mendigo, su pelo estaba enmarañado y cubierto de canas, su cara estaba sucia y arrugada, sus ojos pequeños y profundos parecían oscuros como la noche, una nariz fina y puntiaguda, sus labios estaban sucios y agrietados por el frío, los pocos dientes que tenía estaban sucios, amarillos y algunos podridos, tal vez por eso su aliento apestaba.
Sacó un cuchillo y se dispuso a atacarme pero salí corriendo por los caminos que conocía en dirección al pueblo, le sentía corriendo detrás de mí, cuando llegué al que sería el polígono industrial me giré y no lo vi, entonces me dispuse a seguir pero al girar la cabeza di de bruces contra algo, me incorporé y entorné los ojos, ¡Era él!, salí corriendo más que nunca y cuando llegué al pueblo vi que estaba desierto, no había nadie en la calle ni en las casas, todo estaba a oscuras y tuve que guiarme con la luz de la luna pero el cielo se estaba nublando y casi no se veía, cuando de repente tropecé con algo y tuve que coger el móvil para saber que era me llevé el mayor susto de mi vida, ¡Era un cadáver!, el cadáver estaba descuartizado, y parecía que estaba muerto desde hace horas, no supe quién era de lo mal que estaba.

Esto me hizo suponer que todas las personas del pueblo habían sido asesinadas y la tristeza me invadió pues mi familia podría estar muerta, pero no me dejé desanimar y salí corriendo a mi casa, mientras corría oí voces de varias personas siguiéndome y riéndose, creí que eran un grupo de asesinos que habían matado a todas las personas del pueblo, cuando llegué a mi casa me sorprendí al ver que la luz estaba encendida y mi familia estaba allí, entré y les conté lo ocurrido, inmediatamente cerramos todas las puertas y ventanas y nos reunimos en el salón aterrorizados, esperábamos lo peor y oímos ruidos fuera de casa, se oyó un estruendo, se apagó la luz y cuando volvió estábamos rodeados de varias personas riéndose y armados con un cuchillo, nos lo pusieron en el cuello y… sentí un frío intenso que me recorría el cuerpo, grité y resulta que ¡todo era un sueño! Y estaba rodeado de mis amigos que me ayudaron a levantarme y a curarme el chichón que tenía después de haberme golpeado, mientras, les contaba la historia que después recordaríamos como una historia de miedo.

FIN
Garbo

domingo, 19 de octubre de 2008

Una noche muy extraña


Una noche muy extraña

Un grupo de amigos fueron de acampada a La Laguna, eran David, José, Cory, Ana, Tomas y algún otro que no consigo recordar. Cuando llegaron había muy buen tiempo pero a medida que iba anocheciendo el tiempo empeoraba, fueron sacando los sacos de dormir. Era una noche de luna llena cuando de repente empezó a formarse una niebla muy espesa tanto que no veíamos a un metro de distancia.
Se empezaron a oír unos aullidos extraños que venían de muy cerca. Todos estaban aterrorizados. José abrió la tienda de campaña y vio unos ojos rojos en medio de la oscuridad. Rápidamente la cerró y les contó a sus compañeros lo que había visto. Ellos no le creían pero ninguno se atrevió a salir para ver si era cierto. Un par de horas después se dejaron de escuchar los aullidos y por fin pudieron dormir tranquilos.

Xiwawa Carol

martes, 14 de octubre de 2008

Una noche de misterio




Una noche de misterio.

En una noche de septiembre de luna llena, Noelia se dirigía hacia el cementerio, donde había quedado con sus amigos: Arelis, Jose y Germán para ir a leer historias de miedo.
Cuando Noelia llegó a las puertas del cementerio se quedó extrañada al no ver a sus amigos allí… Pensó en volver a su casa ya que no los vio. Pero de repente escuchó unas voces dentro del cementerio y creyó que eran sus amigos. Entonces se adentró en él. Al entrar no vio a nadie pero seguía escuchando voces. Cuando quiso salir las puertas del cementerio se cerraron de golpe quedando atrapada en su interior, un sudor frío bajaba por su espalda, el pánico recorría su cuerpo y de repente le dio la sensación de que alguien la observaba, se giró lentamente y vio que era Jose. Él estaba pálido y no hablaba, ella le preguntó qué le ocurría pero el seguía sin hablar…

Entonces ella se asustó mucho, empezó a correr hacia las puertas del cementerio pero seguían cerradas y empezó a escalar la verja pero Jose le agarró una pierna...pero consiguió escaparse. Noelia llegó a su casa asustada, entró y vio que no había nadie en ella, parecía que la casa llevaba deshabitada unos diez años. No vio ninguno de sus objetos personales, solo una vieja muñeca que no la recordaba de su infancia, la cogió, y en el brazo derecho encontró un mensaje escrito que decía:
“todos tus amigos han muerto y tu serás la siguiente”.

Valis Mónica Asfine

Me volví flan


Se hizo la noche en Barlovento, y mientras estaba en mi cuarto bailando una conga, vi. resplandecer una extraña luz azul desde mi ventana y decidí dejar de hacer la monga y salir de mi casa a ver de que se trataba. Como bajé sin linterna, veía todo oscuro, hasta que al doblar la esquina pude ver aquella extraña luz que me había llamado tanto la atención. Me daba un poco de desconcierto acercarme ya que un escalofrió invadía mi cuerpo. Aquella mujer me miraba de una manera extraña, y poco a poco, iba desapareciendo como por arte de magia.
Años después, aquel encuentro había quedado olvidado, hasta que un día, mientras paseaba a mi hámster, por el parque, me crucé con una mujer que me resultaba familiar, y volví a sentir una temperatura fría. Como me dio mala espina aceleré el paso, pero antes de que me pudiera alejar demasiado, esa mujer me dijo: “Si yo fuera tú, hace tiempo que habría desaparecido de este lugar”. Y en aquel momento me derretí como un flan de fresa con huevo y desaparecí y aquí me encuentro en la red escribiendo esta historia.



Zirtaeb y Refinnej

domingo, 5 de octubre de 2008

Los hombres de la Tierra

Los hombres de la Tierra

Ray Bradbury


Quienquiera que fuese el que golpeaba la puerta, no se cansaba de hacerlo.

La señora Ttt abrió la puerta de par en par.

-¿Y bien?

-¡Habla usted inglés! -El hombre, de pie en el umbral, estaba asombrado.

-Hablo lo que hablo -dijo ella.

-¡Un inglés admirable!

El hombre vestía uniforme. Había otros tres con él, excitados, muy sonrientes y muy sucios.

-¿Qué desean?-preguntó la señora Ttt.

-Usted es marciana -El hombre sonrió-. Esta palabra no le es familiar, ciertamente. Es una expresión terrestre -Con un movimiento de cabeza señaló a sus compañeros-. Venimos de la Tierra. Yo soy el capitán Williams. Hemos llegado a Marte no hace más de una hora, y aquí estamos, ¡la Segunda Expedición! Hubo una Primera Expedición, pero ignoramos qué les pasó. En fin, ¡henos aquí! Y el primer habitante de Marte que encontramos ¡es usted!

-¿Marte? -preguntó la mujer arqueando las cejas.

-Quiero decir que usted vive en el cuarto planeta a partir del Sol. ¿No es verdad?

-Elemental -replicó ella secamente, examinándolos de arriba abajo.

-Y nosotros -dijo el capitán señalándose a sí mismo con un pulgar sonrosado- somos de la Tierra. ¿No es así, muchachos?

-¡Así es, capitán! -exclamaron los otros a coro.

-Este es el planeta Tyrr -dijo la mujer-, si quieren llamarlo por su verdadero nombre.

-Tyrr, Tyrr. -El capitán rió a carcajadas-. ¡Qué nombre tan lindo! Pero, oiga, buena mujer, ¿cómo habla usted un inglés tan perfecto?

-No estoy hablando, estoy pensando -dijo ella-. ¡Telepatía! ¡Buenos días! -y dio un portazo.

Casi en seguida volvieron a llamar. Ese hombre espantoso, pensó la señora Ttt.

Abrió la puerta bruscamente.

-¿Y ahora qué? -preguntó.

El hombre estaba todavía en el umbral, desconcertado, tratando de sonreír. Extendió las manos.

-Creo que usted no comprende...

-¿Qué?

El hombre la miró sorprendido:

-¡Venimos de la Tierra!

-No tengo tiempo -dijo la mujer-. Hay mucho que cocinar, y coser, y limpiar... Ustedes, probablemente, querrán ver al señor Ttt. Está arriba, en su despacho.

-Sí -dijo el terrestre, parpadeando confuso-. Permítame ver al señor Ttt, por favor.

-Está ocupado.

La señora Ttt cerró nuevamente la puerta.

Esta vez los golpes fueron de una ruidosa impertinencia.

-¡Oiga! -gritó el hombre cuando la puerta volvió a abrirse-. ¡Este no es modo de tratar a las visitas! -Y entró de un salto en la casa, como si quisiera sorprender a la mujer.

-¡Mis pisos limpios! -gritó ella-. ¡Barro! ¡Fuera! ¡Antes de entrar, límpiese las botas!

El hombre se miró apesadumbrado las botas embarradas.

-No es hora de preocuparse por tonterías -dijo luego-. Creo que ante todo debiéramos celebrar el acontecimiento. -Y miró fijamente a la mujer, como si esa mirada pudiera aclarar la situación.

-¡Si se me han quemado las tortas de cristal -gritó ella-, lo echaré de aquí a bastonazos!

La mujer atisbó unos instantes el interior de un horno encendido y regresó con la cara roja y transpirada. Era delgada y ágil, como un insecto. Tenía ojos amarillos y penetrantes, tez morena, y una voz metálica y aguda.

-Espere un momento. Trataré de que el señor Ttt los reciba. ¿Qué asunto los trae?

El hombre lanzó un terrible juramento, como si la mujer le hubiese martillado una mano.

-¡Dígale que venimos de la Tierra! ¡Que nadie vino antes de allá!

-¿Que nadie vino de dónde? Bueno, no importa -dijo la mujer alzando una mano-. En seguida vuelvo.

El ruido de sus pasos tembló ligeramente en la casa de piedra.

Afuera, brillaba el inmenso cielo azul de Marte, caluroso y tranquilo como las aguas cálidas y profundas de un océano. El desierto marciano se tostaba como una prehistórica vasija de barro. El calor crecía en temblorosas oleadas. Un cohete pequeño yacía en la cima de una colina próxima y las huellas de unas pisadas unían la puerta del cohete con la casa de piedra.

De pronto se oyeron unas voces que discutían en el piso superior de la casa. Los hombres se miraron, se movieron inquietos, apoyándose ya en un pie, ya en otro, y con los pulgares en el cinturón tamborilearon nerviosamente sobre el cuero.

Arriba gritaba un hombre. Una voz de mujer le replicaba en el mismo tono. Pasó un cuarto de hora. Los hombres se pasearon de un lado a otro, sin saber qué hacer.

-¿Alguien tiene cigarrillos? -preguntó uno.

Otro sacó un paquete y todos encendieron un cigarrillo y exhalaron lentas cintas de pálido humo blanco. Los hombres se tironearon los faldones de las chaquetas; se arreglaron los cuellos.

El murmullo y el canto de las voces continuaban. El capitán consultó su reloj.

-Veinticinco minutos -dijo-. Me pregunto qué estarán tramando ahí arriba. -Se paró ante una ventana y miró hacia afuera.

-Qué día sofocante -dijo un hombre.

-Sí -dijo otro.

Era el tiempo lento y caluroso de las primeras horas de la tarde. El murmullo de las voces se apagó. En la silenciosa habitación sólo se oía la respiración de los hombres. Pasó una hora.

-Espero que no hayamos provocado un incidente -dijo el capitán. Se volvió y espió el interior del vestíbulo.

Allí estaba la señora Ttt, regando las plantas que crecían en el centro de la habitación.

-Ya me parecía que había olvidado algo -dijo la mujer avanzando hacia el capitán-. Lo siento -añadió, y le entregó un trozo de papel-. El señor Ttt está muy ocupado. -Se volvió hacia la cocina. -Por otra parte, no es el señor Ttt a quien usted desea ver, sino al señor Aaa. Lleve este papel a la granja próxima, al lado del canal azul, y el señor Aaa les dirá lo que ustedes quieren saber.

-No queremos saber nada -objetó el capitán frunciendo los gruesos labios-. Ya lo sabemos.

-Tienen el papel, ¿qué más quieren? -dijo la mujer con brusquedad, decidida a no añadir una palabra.

-Bueno -dijo el capitán sin moverse, como esperando algo. Parecía un niño, con los ojos clavados en un desnudo árbol de Navidad-. Bueno -repitió-. Vamos, muchachos.

Los cuatro hombres salieron al silencio y al calor de la tarde.

Una media hora después, sentado en su biblioteca, el señor Aaa bebía unos sorbos de fuego eléctrico de una copa de metal, cuando oyó unas voces que venían por el camino de piedra. Se inclinó sobre el alféizar de la ventana y vio a cuatro hombres uniformados que lo miraban entornando los ojos.

-¿El señor Aaa?-le preguntaron.

-El mismo.

-¡Nos envía el señor Ttt! -gritó el capitán.

-¿Y por qué ha hecho eso?

-¡Estaba ocupado!

-¡Qué lástima! -dijo el señor Aaa, con tono sarcástico-. ¿Creerá que estoy aquí para atender a las gentes que lo molestan?

-No es eso lo importante, señor -replicó el capitán.

-Para mí, sí. Tengo mucho que leer. El señor Ttt es un desconsiderado. No es la primera vez que se comporta de este modo. No mueva usted las manos, señor. Espere a que termine. Y preste atención. La gente suele escucharme cuando hablo. Y usted me escuchará cortésmente o no diré una palabra.

Los cuatro hombres de la calle abrieron la boca, se movieron incómodos, y por un momento las lágrimas asomaron a los ojos del capitán.

-¿Le parece a usted bien -sermoneó el señor Aaa- que el señor Ttt haga estas cosas?

Los cuatro hombres alzaron los ojos en el calor.

-¡Venimos de la Tierra! -dijo el capitán.

-A mí me parece que es un mal educado -continuó el señor Aaa.

-En un cohete. Venimos en un cohete.

-No es la primera vez que Ttt comete estas torpezas.

-Directamente desde la Tierra.

-Me gustaría llamarlo y decirle lo que pienso.

-Nosotros cuatro, yo y estos tres hombres, mi tripulación.

-¡Lo llamaré, sí, voy a llamarlo!

-Tierra. Cohete. Hombres. Viaje. Espacio.

-¡Lo llamaré y tendrá que oírme! -gritó el señor Aaa, y desapareció como un títere de un escenario.

Durante unos instantes se oyeron unas voces coléricas que iban y venían por algún extraño aparato. Abajo, el capitán y su tripulación miraban tristemente por encima del hombro el hermoso cohete que yacía en la colina, tan atractivo y delicado y brillante.

El señor Aaa reapareció de pronto en la ventana, con un salvaje aire de triunfo.

-¡Lo he retado a duelo, por todos los dioses! ¡A duelo!

-Señor Aaa... -comenzó otra vez el capitán con voz suave.

-¡Lo voy a matar! ¿Me oye?

-Señor Aaa, quisiera decirle que hemos viajado noventa millones de kilómetros.

El señor Aaa miró al capitán por primera vez.

-¿De dónde dice que vienen?

El capitán emitió una blanca sonrisa.

-Al fin nos entendemos -les murmuró en un aparte a sus hombres, y le dijo al señor Aaa-: Recorrimos noventa millones de kilómetros. ¡Desde la Tierra!

El señor Aaa bostezó.

-En esta época del año la distancia es sólo de setenta y cinco millones de kilómetros. -Blandió un arma de aspecto terrible-. Bueno, tengo que irme. Lleven esa estúpida nota, aunque no sé de qué les servirá, a la aldea de Iopr, sobre la colina, y hablen con el señor Iii. Ése es el hombre a quien quieren ver. No al señor Ttt. Ttt es un idiota, y voy a matarlo. Ustedes, además, no son de mi especialidad.

-Especialidad, especialidad -baló el capitán-. ¿Pero es necesario ser un especialista para dar la bienvenida a hombres de la Tierra?

-No sea tonto, todo el mundo lo sabe.

El señor Aaa desapareció. Apareció unos instantes después en la puerta y se alejó velozmente calle abajo.

-¡Adiós! -gritó.

Los cuatro viajeros no se movieron, desconcertados. Finalmente dijo el capitán:

-Ya encontraremos quien nos escuche.

-Quizá debiéramos irnos y volver-sugirió un hombre con voz melancólica-. Quizá debiéramos elevarnos y descender de nuevo. Darles tiempo de organizar una fiesta.

-Puede ser una buena idea -murmuró fatigado el capitán.

En la aldea la gente salía de las casas y entraba en ellas, saludándose, y llevaba máscaras doradas, azules y rojas, máscaras de labios de plata y cejas de bronce, máscaras serias o sonrientes, según el humor de sus dueños.

Los cuatro hombres, sudorosos luego de la larga caminata, se detuvieron y le preguntaron a una niñita dónde estaba la casa del señor Iii.

-Ahí -dijo la niña con un movimiento de cabeza.

El capitán puso una rodilla en tierra, solemnemente, cuidadosamente, y miró el rostro joven y dulce.

-Oye, niña, quiero decirte algo.

La sentó en su rodilla y tomó entre sus manazas las manos diminutas y morenas, como si fuera a contarle un cuento de hadas preciso y minucioso.

-Bien, te voy a contar lo que pasa. Hace seis meses otro cohete vino a Marte. Traía a un hombre llamado York y a su ayudante. No sabemos qué les pasó. Quizá se destrozaron al descender. Vinieron en un cohete, como nosotros. Debes de haberlo visto. ¡Un gran cohete! Por lo tanto nosotros somos la Segunda Expedición. Y venimos directamente de la Tierra...

La niña soltó distraídamente una mano y se ajustó a la cara una inexpresiva máscara dorada. Luego sacó de un bolsillo una araña de oro y la dejó caer. El capitán seguía hablando. La araña subió dócilmente a la rodilla de la niña, que la miraba sin expresión por las hendiduras de la máscara. El capitán zarandeó suavemente a la niña y habló con una voz más firme:

-Somos de la Tierra, ¿me crees?

-Sí -respondió la niña mientras observaba cómo los dedos de los pies se le hundían en la arena.

-Muy bien. -El capitán le pellizcó un brazo, un poco porque estaba contento y un poco porque quería que ella lo mirase-. Nosotros mismos hemos construido este cohete. ¿Lo crees, no es cierto?

La niña se metió un dedo en la nariz.

-Sí -dijo.

-Y... Sácate el dedo de la nariz, niñita... Yo soy el capitán y...

-Nadie hasta hoy cruzó el espacio en un cohete -recitó la criatura con los ojos cerrados.

-¡Maravilloso! ¿Cómo lo sabes?

-Oh, telepatía... -respondió la niña limpiándose distraídamente el dedo en una pierna.

-Y bien, ¿eso no te asombra? -gritó el capitán-. ¿No estás contenta?

-Será mejor que vayan a ver en seguida al señor Iii -dijo la niña, y dejó caer su juguete-. Al señor lii le gustará mucho hablar con ustedes.

La niña se alejó. La araña echó a correr obedientemente detrás de ella.

El capitán, en cuclillas, se quedó mirándola, con las manos extendidas, la boca abierta y los ojos húmedos.

Los otros tres hombres, de pie sobre sus sombras, escupieron en la calle de piedra.

El señor Iii abrió la puerta. Salía en ese momento para una conferencia, pero podía concederles unos instantes si se decidían a entrar y le informaban brevemente del objeto de la visita.

-Un minuto de atención -dijo el capitán, cansado, con los ojos enrojecidos-. Venimos de la Tierra, en un cohete; somos cuatro: tripulación y capitán; estamos exhaustos, hambrientos, y quisiéramos encontrar un sitio para dormir. Nos gustaría que nos dieran la llave de la ciudad, o algo parecido, y que alguien nos estrechara la mano y nos dijera: "¡Bravo!" y "¡Enhorabuena, amigos!" Eso es todo.

El señor lii era alto, vaporoso, delgado, y llevaba unas gafas de gruesos cristales azules sobre los ojos amarillos. Se inclinó sobre el escritorio y se puso a estudiar unos papeles. De cuando en cuando alzaba la vista y observaba con atención a sus visitantes.

-No creo tener aquí los formularios -dijo revolviendo los cajones del escritorio-. ¿Dónde los habré puesto? Deben de estar en alguna parte... ¡Ah, sí, aquí! -Le alcanzó al capitán unos papeles-. Tendrá usted que firmar, por supuesto.

-¿Tenemos que pasar por tantas complicaciones? -preguntó el capitán.

El señor Iii le lanzó una mirada vidriosa.

-¿No dice que viene de la Tierra? Pues tiene que firmar.

El capitán escribió su nombre.

-¿Es necesario que firmen también los tripulantes?

El señor Iii miró al capitán, luego a los otros tres y estalló en una carcajada burlona.

-¡Que ellos firmen! ¡Ah, admirable! ¡Que ellos, oh, que ellos firmen! -Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se palmeó una rodilla y se dobló en dos sofocado por la risa. Se apoyó en el escritorio-. ¡Que ellos firmen!

Los cuatro hombres fruncieron el ceño.

-¿Es tan gracioso?

-¡Que ellos firmen! -suspiró el señor Iii, debilitado por su hilaridad-. Tiene gracia. Debo contárselo al señor Xxx.

Examinó el formulario, riéndose aún a ratos.

-Parece que todo está bien. -Movió afirmativamente la cabeza-. Hasta su conformidad para una posible eutanasia -cloqueó.

-¿Conformidad para qué?

-Cállese. Tengo algo para usted. Aquí está. La llave.

El capitán se sonrojó.

-Es un gran honor...

-¡No es la llave de la ciudad, imbécil! -ladró el señor Iii-. Es la de la Casa. Vaya por aquel pasillo, abra la puerta grande, entre y cierre bien. Puede pasar allí la noche. Por la mañana le mandaré al señor Xxx.

El capitán titubeó, tomó la llave y se quedó mirando fijamente las tablas del piso. Sus hombres tampoco se movieron. Parecían secos, vacíos, como si hubiesen perdido toda la pasión y la fiebre del viaje.

-¿Qué le pasa? -preguntó el señor Iii-. ¿Qué espera? ¿Qué quiere? -Se adelantó y estudió de cerca el rostro del capitán. -¡Váyase!

-Me figuro que no podría usted... -sugirió el capitán-, quiero decir... En fin... Hemos trabajado mucho, hemos hecho un largo viaje y quizá pudiera usted estrecharnos la mano y darnos la enhorabuena -añadió con voz apagada-. ¿No le parece?

El señor Iii le tendió rígidamente la mano y le sonrió con frialdad.

-¡Enhorabuena! -y apartándose dijo-: Ahora tengo que irme. Utilice esa llave.

Sin fijarse más en ellos, como si se hubieran filtrado a través del piso, el señor Iii anduvo de un lado a otro por la habitación, llenando con papeles una cartera. Se entretuvo en la oficina otros cinco minutos, pero sin dirigir una sola vez la palabra al solemne cuarteto inmóvil, cabizbajo, de piernas de plomo, brazos colgantes y mirada apagada.

Al fin cruzó la puerta, absorto en la contemplación de sus uñas...

Avanzaron pesadamente por el pasillo, en la penumbra silenciosa de la tarde, hasta llegar a una pulida puerta de plata. La abrieron con la llave, también de plata, entraron, cerraron, y se volvieron.

Estaban en un vasto aposento soleado. Sentados o de pie, en grupos, varios hombres y mujeres conversaban junto a las mesas. Al oír el ruido de la puerta miraron a los cuatro hombres de uniforme.

Un marciano se adelantó y los saludó con una reverencia.

-Yo soy el señor Uuu.

-Y yo soy el capitán Jonathan Williams, de la ciudad de Nueva York, de la Tierra -dijo el capitán sin mucho entusiasmo.

Inmediatamente hubo una explosión en la sala.

Los muros temblaron con los gritos y exclamaciones. Hombres y mujeres gritando de alegría, derribando las mesas, tropezando unos con otros, corrieron hacia los terrestres y, levantándolos en hombros, dieron seis vueltas completas a la sala, saltando, gesticulando y cantando.

Los terrestres estaban tan sorprendidos que durante un minuto se dejaron llevar por aquella marea de hombros antes de estallar en risas y gritos.

-¡Esto se parece más a lo que esperábamos!

-¡Esto es vida! ¡Bravo! ¡Bravo!

Se guiñaban alegremente los ojos, alzaban los brazos, golpeaban el aire.

-¡Hip! ¡Hip! -gritaban.

-¡Hurra! -respondía la muchedumbre.

Al fin los pusieron sobre una mesa. Los gritos cesaron. El capitán estaba a punto de llorar:

-Gracias. Gracias. Esto nos ha hecho mucho bien.

-Cuéntenos su historia -sugirió el señor Uuu.

El capitán carraspeó y habló, interrumpido por los ¡oh! y ¡ah! del auditorio. Presentó a sus compañeros, y todos pronunciaron un discursito, azorados por el estruendo de los aplausos.

El señor Uuu palmeó al capitán.

-Es agradable ver a otros de la Tierra. Yo también soy de allí.

-¿Qué ha dicho usted?

-Aquí somos muchos los terrestres.

El capitán lo miró fijamente.

-¿Usted? ¿Terrestre? ¿Es posible? ¿Vino en un cohete? ¿Desde cuándo se viaja por el espacio? -Parecía decepcionado. -¿De qué... de qué país es usted?

-De Tuiereol. Vine hace años en el espíritu de mi cuerpo.

-Tuiereol. -El capitán articuló dificultosamente la palabra. -No conozco ese país. ¿Qué es eso del espíritu del cuerpo?

-También la señorita Rrr es terrestre. ¿No es cierto, señorita Rrr?

La señorita Rrr asintió con una risa extraña.

-También el señor Www, el señor Qqq y el señor Vvv.

-Yo soy de Júpiter -dijo uno pavoneándose.

-Yo de Saturno -dijo otro. Los ojos le brillaban maliciosamente.

-Júpiter, Saturno -murmuró el capitán, parpadeando.

Todos callaron; los marcianos, ojerosos, de pupilas amarillas y brillantes, volvieron a agruparse alrededor de las mesas de banquete, extrañamente vacías. El capitán observó, por primera vez, que la habitación no tenía ventanas. La luz parecía filtrarse por las paredes. No había más que una puerta.

-Todo esto es confuso. ¿Dónde diablo está Tuiereol? ¿Cerca de América? -dijo el capitán.

-¿Que es América?

-¿No ha oído hablar del continente americano y dice que es terrestre?

El señor Uuu se irguió enojado.

-La Tierra está cubierta de mares, es sólo mar. No hay continentes. Yo soy de allí y lo sé.

El capitán se echó hacia atrás en su silla.

-Un momento, un momento. Usted tiene cara de marciano, ojos amarillos, tez morena.

-La Tierra es sólo selvas -dijo orgullosamente la señorita Rrr-. Yo soy de Orri, en la Tierra; una civilización donde todo es de plata.

El capitán miró sucesivamente al señor Uuu, al señor Www, al señor Zzz, al señor Nnn, al señor Hhh y al señor Bbb, y vio que los ojos amarillos se fundían y apagaban a la luz, y se contraían y dilataban. Se estremeció, se volvió hacia sus hombres y los miró sombríamente.

-¡Comprenden qué es esto?

-¿Qué, señor?

-No es una celebración -contestó agotado el capitán-. No es un banquete. Estas gentes no son representantes del gobierno. Esta no es una fiesta de sorpresa. Mírenles los ojos. Escúchenlos.

Retuvieron el aliento. En la sala cerrada sólo había un suave movimiento de ojos blancos.

-Ahora entiendo -dijo el capitán con voz muy lejana- por qué todos nos daban papelitos y nos pasaban de uno a otro, y por qué el señor Iii nos mostró un pasillo y nos dio una llave para abrir una puerta y cerrar una puerta. Y aquí estamos...

-¿Dónde, capitán?

-En un manicomio.

Era de noche. En la vasta sala silenciosa, tenuemente alumbrada por unas luces ocultas en los muros transparentes, los cuatro terrestres, sentados alrededor de una mesa de madera, conversaban en voz baja, con los rostros juntos y pálidos. Hombres y mujeres yacían desordenadamente por el suelo. En los rincones oscuros había leves estremecimientos: hombres o mujeres solitarios que movían las manos. Cada media hora uno de los terrestres intentaba abrir la puerta de plata.

-No hay nada que hacer. Estamos encerrados.

-¿Creen realmente que somos locos, capitán?

-No hay duda. Por eso no se entusiasmaron al vernos. Se limitaron a tolerar lo que entre ellos debe de ser un estado frecuente de psicosis. -Señaló las formas oscuras que yacían alrededor. -Paranoicos todos. ¡Qué bienvenida! -Una llamita se alzó y murió en los ojos del capitán. -Por un momento creí que nos recibían como merecíamos. Gritos, cantos y discursos. Todo estuvo muy bien, ¿no es cierto? Mientras duró.

-¿Cuánto tiempo nos van a tener aquí?

Hasta que demostremos que no somos psicópatas.

-Eso será fácil.

-Espero que sí.

-No parece estar muy seguro

-No lo estoy. Mire aquel rincón.

De la boca de un hombre en cuclillas brotó una llama azul. La llama se transformó en una mujercita desnuda, y susurrando y suspirando se abrió como una flor en vapores de color cobalto.

El capitán señaló otro rincón. Una mujer, de pie, se encerró en una columna de cristal; luego fue una estatua dorada, después una vara de cedro pulido, y al fin otra vez una mujer.

En la sala oscurecida todos exhalaban pequeñas llamas violáceas móviles y cambiantes, pues la noche era tiempo de transformaciones y aflicción.

-Magos, brujos -susurró un terrestre.

-No, alucinados. Nos comunican su demencia y vemos así sus alucinaciones. Telepatía. Autosugestión y telepatía.

-¿Y eso le preocupa, capitán?

-Sí. Si esas alucinaciones pueden ser tan reales, tan contagiosas, tanto para nosotros como para cualquier otra persona, no es raro que nos hayan tomado por psicópatas. Si aquel hombre es capaz de crear mujercitas de fuego azul, y aquella mujer puede transformarse en una columna, es muy natural que los marcianos normales piensen que también nosotros hemos creado nuestro cohete.

-Oh -exclamaron sus hombres en la oscuridad.

Las llamas azules brotaban alrededor de los terrestres, brillaban un momento, y se desvanecían. Unos diablillos de arena roja corrían entre los dientes de los hombres dormidos. Las mujeres se transformaban en serpientes aceitosas. Había un olor de reptiles y bestias.

Por la mañana todos estaban de pie, frescos, contentos y normales. No había llamas ni demonios. El capitán y sus hombres se habían acercado a la puerta de plata, con la esperanza de que se abriera.

El señor Xxx llegó unas cuatro horas después. Los terrestres sospecharon que había estado esperando del otro lado de la puerta, espiándolos por lo menos durante tres horas. Con un gesto les pidió que lo acompañaran a una oficina pequeña.

Era un hombre jovial, sonriente, si se le juzgaba por su máscara. En ella estaban pintadas no una sonrisa, sino tres.

Detrás de la máscara, su voz era la de un psiquiatra no tan sonriente.

-Y bien, ¿qué pasa?

-Usted cree que estamos locos, y no lo estamos -dijo el capitán.

-Yo no creo que todos estén locos -replicó el psiquiatra señalando con una varita al capitán-. El único loco es usted. Los otros son alucinaciones secundarias.

El capitán se palmeó una rodilla.

-¡Ah, es eso! ¡Ahora comprendo por qué se rió el señor Iii cuando sugerí que mis hombres firmaran los papeles!

El psiquiatra rió a través de su sonrisa tallada.

-Sí, ya me lo contó el señor Iii. Fue una broma excelente. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí. Alucinaciones secundarias. A veces vienen a verme mujeres con culebras en las orejas. Cuando las curo, las culebras se disipan.

-Nosotros nos alegraremos de que nos cure. Siga.

El señor Xxx pareció sorprenderse.

-Es raro. No son muchos los que quieren curarse. Le advierto a usted que el tratamiento es muy severo.

-¡Siga curándonos! Pronto sabrá que estamos cuerdos.

-Permítame que examine sus papeles. Quiero saber si están en orden antes de iniciar el tratamiento. -Y el señor Xxx examinó el contenido de una carpeta.- Sí. Los casos como el suyo necesitan un tratamiento especial. Las personas de aquella sala son casos muy simples. Pero cuando se llega como usted, debo advertírselo, a alucinaciones primarias, secundarias, auditivas, olfativas y labiales, y a fantasías táctiles y ópticas, el asunto es grave. Es necesario recurrir a la eutanasia.

El capitán se puso en pie de un salto y rugió:

-Mire, ¡ya hemos aguantado bastante! ¡Sométanos a sus pruebas, verifique los reflejos, auscúltenos, exorcícenos, pregúntenos!

-Hable libremente.

El capitán habló, furioso, durante una hora. El psiquiatra escuchó.

-Increíble. Nunca oí fantasía onírica más detallada.

-¡No diga estupideces! ¡Le enseñaremos nuestro cohete! -gritó el capitán.

-Me gustaría verlo. ¿Puede usted manifestarlo en esa habitación?

-Por supuesto. Está en ese fichero, en la letra C.

El señor Xxx examinó atentamente el fichero, emitió un sonido de desaprobación, y lo cerró solemnemente.

-¿Por qué me ha engañado usted? El cohete no está aquí.

-Claro que no, idiota. Ha sido una broma. ¿Bromea un loco?

-Tiene usted unas bromas muy raras. Bueno, salgamos. Quiero ver su cohete.

Era mediodía. Cuando llegaron al cohete hacía mucho calor.

-Ajá.

El psiquiatra se acercó a la nave y la golpeó. El metal resonó suavemente.

-¿Puedo entrar?-preguntó con picardía.

-Entre.

El señor Xxx desapareció en el interior del cohete.

-Esto es exasperante -dijo el capitán, mordisqueando un cigarro-. Volvería gustoso a la Tierra y les aconsejaría no ocuparse más de Marte. ¡Qué gentes más desconfiadas!

-Me parece que aquí hay muchos locos, capitán. Por eso dudan tanto quizá.

-Sí, pero es muy irritante.

El psiquiatra salió de la nave después de hurgar, golpear, escuchar, oler y gustar durante media hora.

-Y bien, ¿está usted convencido? -gritó el capitán como si el señor Xxx fuera sordo.

El psiquiatra cerró los ojos y se rascó la nariz.

-Nunca conocí ejemplo más increíble de alucinación sensorial y sugestión hipnótica. He examinado el "cohete", como lo llama usted. -Golpeó la coraza. -Lo oigo. Fantasía auditiva. -Aspiró. -Lo huelo. Alucinación olfativa inducida por telepatía sensorial. -Acercó sus labios al cohete. -Lo gusto. Fantasía labial.

El psiquiatra estrechó la mano del capitán:

-¿Me permite que lo felicite? ¡Es usted un genio psicópata! Ha hecho usted un trabajo completo. La tarea de proyectar una imaginaria vida psicópata en la mente de otra persona por medio de la telepatía, y evitar que las alucinaciones se vayan debilitando sensorialmente, es casi imposible. Las gentes de mi pabellón se concentran habitualmente en fantasías visuales, o cuando más en fantasías visuales y auditivas combinadas. ¡Usted ha logrado una síntesis total! ¡Su demencia es hermosísimamente completa!

El capitán palideció:

-¿Mi demencia?

-Sí. Qué demencia más hermosa. Metal, caucho, gravitadores, comida, ropa, combustible, armas, escaleras, tuercas, cucharas. He comprobado que en su nave hay diez mil artículos distintos. Nunca había visto tal complejidad. Hay hasta sombras debajo de las literas y debajo de todo. ¡Qué poder de concentración! Y todo, no importan cuándo o cómo se pruebe, tiene olor, solidez, gusto, sonido. Permítame que lo abrace. -El psiquiatra abrazó al capitán.- Consignaré todo esto en lo que será mi mejor monografía. El mes que viene hablaré en la Academia Marciana. Mírese. Ha cambiado usted hasta el color de sus ojos, del amarillo al azul, y la tez de morena a sonrosada. ¡Y su ropa, y sus manos de cinco dedos en vez de seis! ¡Metamorfosis biológica a través del desequilibrio psicológico! Y sus tres amigos...

El señor Xxx sacó un arma pequeña:

-Es usted incurable, por supuesto. ¡Pobre hombre admirable! Muerto será más feliz. ¿Quiere usted confiarme su última voluntad?

-¡Quieto por Dios! ¡No haga fuego!

-Pobre criatura. Lo sacaré de esa miseria que lo llevó a imaginar este cohete y estos tres hombres. Será interesantísimo ver cómo sus amigos y su cohete se disipan en cuanto yo lo mate. Con lo que observe hoy escribiré un excelente informe sobre la disolución de las imágenes neuróticas.

-¡Soy de la Tierra! Me llamo Jonathan Williams y estos...

-Sí, ya lo sé -dijo suavemente el señor Xxx, y disparó su arma.

El capitán cayó con una bala en el corazón. Los otros tres se pusieron a gritar.

El señor Xxx los miró sorprendido.

-¿Siguen ustedes existiendo? ¡Soberbio! Alucinaciones que persisten en el tiempo y en el espacio. -Apuntó hacia ellos. -Bien, los disolveré con el miedo.

-¡No! -gritaron los tres hombres.

-Petición auditiva, aun muerto el paciente -observó el señor Xxx mientras los hacía caer con sus disparos.

Quedaron tendidos en la arena, intactos, inmóviles. El señor Xxx los tocó con la punta del pie y luego golpeó la coraza del cohete.

-¡Persiste! ¡Persisten! -exclamó y disparó de nuevo su arma, varias veces, contra los cadáveres. Dio un paso atrás. La máscara sonriente se le cayó de la cara.

-Alucinaciones -murmuró aturdidamente-. Gusto. Vista. Olor. Tacto. Sonido.

El rostro del menudo psiquiatra cambió lentamente. Se le aflojaron las mandíbulas. Soltó el arma. Miró alrededor con ojos apagados y ausentes. Extendió las manos como un ciego, y palpó los cadáveres, sintiendo que la saliva le llenaba la boca.

Movió débilmente las manos, desorbitado, babeando.

-¡Váyanse! -les gritó a los cadáveres-. ¡Váyase! -le gritó al cohete.

Se examinó las manos temblorosas.

-Contaminado -susurró-. Víctima de una transferencia. Telepatía. Hipnosis. Ahora soy yo el loco. Contaminado. Alucinaciones en todas sus formas. -Se detuvo y con manos entumecidas buscó a su alrededor el arma. -Hay sólo una cura, sólo una manera de que se vayan, de que desaparezcan.

Se oyó un disparo.

Los cuatro cadáveres yacían al sol; el señor Xxx cayó junto a ellos.

El cohete, reclinado en la colina soleada, no desapareció.

Cuando en el ocaso del día la gente del pueblo encontró el cohete, se preguntó qué sería aquello. Nadie lo sabía; por lo tanto fue vendido a un chatarrero, que se lo llevó para desmontarlo y venderlo como hierro viejo.

Aquella noche llovió continuamente. El día siguiente fue bueno y caluroso.

El mercader meticuloso

El mercader meticuloso
Aster Navas
La vida es sueño.

Cuenta la leyenda que un rico mercader de Florencia soñaba todas las noches con la misma casa: ayer era el estrecho camino que llevaba hasta la entrada; hoy, la puerta con un exquisito llamador de alpaca, mañana la sinuosa barandilla de cerezo.

Con el tiempo llegó a tener una imagen tan completa del edificio y su entorno, que quiso hacerlo realidad. Viajó durante años hasta encontrar un emplazamiento similar y confió después a los mejores arquitectos, aparejadores y artesanos florentinos su construcción.

Para hacer una réplica perfecta hubo que deforestar una loma, desviar el curso de un río y armarse de una infinita paciencia: cada semana el mercader visitaba la obra y raro era el día que no ordenaba derruir uno de los muros, elevar una pulgada más la techumbre o rehacer los artesonados. Muchas eran las ocasiones en que, encolerizado, rompía una vidriera o mandaba alicatar por vigésima vez alguna de las estancias.

En cada una de aquellas jornadas les revelaba progresivamente la ubicación de las alcobas, el color de los azulejos, el nombre de las plantas que debían lucir en el jardín, la madera de la cama, el metal de las lámparas del salón, el número preciso de jarrones, la escena que debería mostrar tal tapiz o tal alfombra, el entramado de las celosías, la caprichosa forma de la fuente, el motivo de los bajorrelieves de una columna...

Lo cierto es que, muchos años después, el mercader subió por el sendero empedrado y tuvo, por fin, al girar en el último recodo, la sensación de encontrarse ante el palacio del sueño.

Comprobó cada detalle y antes de acostarse entreabrió la ventana exacta de la fachada Norte. Por allí debía entrar –lo había soñado la noche anterior- el asesino.

La fraga de Cecebre

La Fraga de Cecebre

Un día llegaron unos hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un
agujero, clavaron un poste y lo aseguraron apisonando guijarros y
tierra a su alrededor. Subieron luego por él, prendiéndole varios hilos
metálicos y se marcharon para continuar el tendidode la línea.
Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga
permanecieron durante varios días cohibidas con su presencia, porque ya
se ha dicho que su timidez es muy grande. Al fin, la que estaba más
cerca de él, que era un pino alto, alto, recio yrecto, dijo:
--Han plantado un nuevo árbol en la fraga.
Y la noticia, propagada por las hojas del eucalipto que rozaban al
pino, y por las del castaño que rozaban al eucalipto, y por las del
roble, se extendió por toda la espesura. Los troncos más elevados
miraban por encima de las copas de los demás, y cuando el viento
separaba la fronda, los más apartados se asomaban para mirar.
--¿Cómo es? ¿Cómo es?
--Pues es -dijo el pino- de una especie muy rara. Tiene el tronco
negro hasta más de una vara sobre la tierra, y después parece de un
blanco grisáceo. Resulta muy elegante.
--¡Es muy elegante, muy elegante! -transmitieron unas hojas a otras.
--Sus frutos -continuó el pino fijándose en los aisladores- son
blancos como las piedras de cuarzo y más lisos y más brillantes que las
hojas del acebo.
Dejó que la noticia llegase a los confines de la fraga y siguió:
--Sus ramas son delgadísimas y tan largas que no puedo ver dónde
terminan. Ocho se extienden hacia donde el sol muere. Ni se tuercen ni
se desmayan, y es imposible distinguir en ellas un nudo, ni una hoja ni
un brote. Pienso que quizá no sea ésta su época de retoñar, pero no lo
sé. Nunca vi un árbol parecido.
Todas las plantas del bosque comentaron al nuevo vecino y convinieron
en que debía de tratarse de un ejemplar muy importante. Una zarza que
se apresuró a enroscarse en él declaró que en su interior se escuchaban
vibraciones, algo así como un timbre que sonase a gran distancia, como
un temblor metálico del que no era capaz de dar una descripción más
precisa porque no había oído nada semejante en los demás troncos a los
que se había arrimado. Y esto aumentó el respeto en los otros árboles y
el orgullo de tenerlo entre ellos.
Ninguno se atrevía a dirigirse a él, y él, tieso, rígido, no parecía
haber notado las presencias ajenas. Pero una tarde de mayo el pino
alto, recio y recto se decidió... sin saber cómo. Su tronco era
magnífico y valía muy bien veinte duros, aunque él ni siquiera lo
sospechaba y acaso, de saberlo, tampoco cambiase su carácter humilde y
sencillo. El caso es que aquella tarde fue la más hermosa de la
primavera; las hojas, de un verde nuevo, eran grandes ya y cumplían sus
funciones con el vigor de órganos juveniles; la savia recogía del suelo
húmedo sustancias embriagadoras; todo el campo estaba lleno de flores
silvestres y unas nubecillas se iban aproximando con lentitud al
Poniente, preparándose para organizar una fiesta de colores al
marcharse el sol. Quiso la suerte que una leve brisa acudiese a meter
sus dedos suaves entre la cabellera de la fronda, tupida y olorosa como
la de una novia, y bajo aquella caricia la fraga ronroneó un poquito,
igual que un gato al que rascasen la cabeza, y luego se puso a cantar.
Como estaba contenta y en la plenitud de su vigor, prefirió de su
repertorio una canción burlesca: la que copia el atenuado fragor del
tren cuando avanza, todavía muy lejos, entre los pinares de Guísamo. Es
la que más divierte a los árboles, porque lo imitan tan bien que muchos
aldeanos que pasan por las veredas se dan a correr al escucharla,
creyendo que el convoy está próximo y que les será difícil alcanzarlo.
Con esto los árboles gozan como niños traviesos.
El pino, cantando en sordina entre los largos dientes de sus hojas,
tenía un papel principal en el coro del bosque y merecía la fama de
dominar la onomatopeya. Su propia felicidad, el alborozo pueril de
aquella diablura, le movió a decirle al poste:
--¿No quiere usted cantar con nosotros?
El poste no contestó.
--Seguramente -insistió el pino, inclinando su copa en una cortesía-
su voz es delicada y armoniosa, y a todos nos agradará que se una a las
nuestras.
El poste silbó malhumorado.
--¿Y a qué viene eso? ¿Qué cantan ustedes?
--Imitamos a un tren remoto.
--¿Y para qué? ¿Son ustedes el tren?
--No -reconoció el pino, avergonzado.
--Entonces, ¿qué pretenden con esa mixtificación? Ya que usted me
interpela, le diré que no encuentro seria su conducta.
--¿Quizá le agrada más la canción de la lluvia?
--No.
--¿Acaso la canción del mar?
--Ninguna de ellas. Este es un bosque sin formalidad. ¿Quién podría
creer que árboles tan talludos pasasen el tiempo cantando como ranas?
Yo no canto nunca, susurro apenas. Si ustedes acercasen a mí sus oídos,
escucharían el murmullo de una conversación, porque a través de mi
pasan las conversaciones de los hombres. Eso sí que es maravilloso.
Sepan que vivo consagrado a la ciencia y que yo mismo soy ciencia y que
todo lo que ustedes hacen a mi alrededor lo reputo como bagatela y
sensiblería, si algunavez me digno abandonar mis abstracciones y
reparar en ello.
La opinión del poste pronto fue conocida en toda la fraga y ya no se
atrevieron a entregarse a aquel entretenimiento que el árbol extraño y
solemne, de ramas de alambre, acusaba de frivolidad. Llegó el verano y
los pájaros se hicieron entre la fronda tan numerosos como las mismas
hojas. El eucalipto, que era más alto que el pino y que los viejos
árboles, daba albergue a una pareja de cuervos y estaba orgulloso de
haber sido elegido, porque esas aves buscan siempre los cúlmenes muy
elevados y de accesodifícil. Un día en que su esencia se evaporaba al
fuerte sol con tanta abundancia que todo el bosque olía a eucalipto, se
decidió a conversar con el poste y le dijo:
--He notado que no adoptó usted ningún nido, señor. Quizá porque no
conoce aún a los pájaros que aquí viven y no han hecho su elección. Me
gustaría orientarle, pues supongo que usted sostendría un nido con
agrado. Nos convierten en algo así como un regazo maternal. Yo alojo a
unos cuervos. No molestan, pero confieso que son poco decorativos.
Quisiera recomendarle a usted las oropéndolas. Ya habrá visto que hay
oropéndolas en Cecebre. Pues bien, cuelgan sus nidos con tanta belleza
y originalidad que nodesmerecerían de las que a usted le ennoblecen.
El poste crujió:
--¿Para qué quiero yo sostener nidos de pájaros y soportar sus
arrullos y aguantar su prole? ¿Me ha tomado usted por una nodriza?
¿Cree que soy capaz de alcahuetear amoríos? Puesto que usted me habla
de ello, le diré que repruebo esa debilidad que induce a los árboles de
este bosque a servir de hospederos a tantas avecillas inútiles que no
alcanzan más que a gorjear. Sepa de una vez para siempre que no se
atreverán a faltarme al respeto amasando sobre mí briznas de barro. Los
pájaros que yo soporto son de vidrio o de porcelana, y no les hace
falta plumaje de colorines, ni lanzarán un trino por nada del mundo.
¿Cómo podría yo servir a la civilización y al progreso si perdiese el
tiempo con la cría de pájaros?
Estas palabras circularon en seguida por la fraga, y los árboles
hicieron lo posible para desprenderse de los nidos y para ahogar entre
sus hojas el charloteo de los huéspedes alados que iban a posarse en
las ramas.
Sobre el tronco del pino resbalaron una vez diáfanas gotas de resina
que quedaron allí, inmovilizadas, como una larga sarta de brillantes.
De ellas arrancaban el sol destellos de los siete colores, y el pino
estaba satisfecho de ser -tan esbelto, tan oloroso y tan enjoyado- una
maravilla viviente.
--¿Se ha fijado usted en mis collares? -se atrevió a preguntar al
vecino.
--Sí -aprobó esta vez el poste-; claro que usted llama collares a lo
que no son más que gotas de resina. Pero la resina es buena: es
aisladora (el pino ignoraba de qué), y es más digno producirla que
dedicarse a dar castañas, como ese árbol gordo que está detrás de
usted. Cierto es que, por muchos esfuerzos que usted haga, no
conseguirá crear un aislador tan bueno como los míos, pero algo es
algo. Le aconsejo que se deje dar unos cortes en el tronco, a un metro
del suelo, y así segregará más resina.
--¿No será muy debilitante? -temió, estremeciéndose el pino.
--Naturalmente, debilita mucho, pero resulta más serio. No crea usted
que eso se opone a hacer una buena carrera.
--¡Ah! -exclamó el árbol, que seguía sin entender.
--Hasta le favorece, si se me apura. Conocí varios pinos que fueron
sangrados abundantemente, que trabajaron desde su edad adulta para la
Resinera Española. Y ahí los tiene usted, ahora con muy buenos puestos
en la línea telegráfica del Norte, dedicados también a la ciencia.
Aquel año los vendavales de invierno fueron prolongados y duros.
Durante varios días seguidos los árboles no conocieron el reposo.
Incesantemente encorvados, cabeceando y retorciéndose, llenaban el
bosque del ruido siniestro de sus crujidos y del batir de sus ramas.
Les era imposible descansar de tan violento ejercicio y sus hojas
secas, arrebatadas por el huracán, parecían llevar demandas de socorro.
Temblaban desde las raíces hasta las más débiles ramas, y el viento no
se compadecía. A la tercera noche, un cedro no pudo más y se desplomó
roto. Las ramas de algunos compañeros próximos intentaron sostenerlo,
pero estaban cansadas también y se quebraron y dejaron resbalar hasta
el suelo al bello gigante, con un golpe que resonó más allá de la
fraga. Todo fue duelo. El hueco que deja en un bosque un árbol añoso es
tan entristecedor y tan visible como el que deja un muerto en su hogar.
{únicamente el poste pareció alegrarse.
--Al fin se decidió a cumplir su destino -declaró-. Ahora podrán
hacerse de él muy hermosas puertas, que es para lo que había nacido; no
para esconder gorriones y para tararear tonterías. Y ustedes aprendan
de él. ¿Qué hace ahí ese nogal? Otros muchos más jóvenes he tratado yo
cuando se estaban convirtiendo en mesas de comedor y en tresillos para
gabinete. ¿Y aquel castaño gordo, tan pomposo y tan inútil? ¿A qué
espera para dar de sí varios aparadores? ¡Pues me parece a mí que ya es
tiempo de que tenga juicio y piense en trabajar gravemente! ¡Vaya una
fraga ésta! ¡No hay quien la resista! Si yo no estuviese absorto en mis
labores técnicas, no podría vivir aquí.
Los pareceres de aquel vecino tan raro y solemne influyeron
profundamente en los árboles. Las mimbreras se jactaban de tener
parentesco con él porque sus finas y rectas varillas semejábanse algo a
los alambres; el castaño dejó secar sus hojas porque seavergonzaba de
ser tan frondoso; distintos árboles consintieron en morir para comenzar
a ser serios y útiles, y todo el bosque, grave y estristecido, parecía
enfermo, hasta el punto de que los pájaros no lo preferían ya como
morada.
Pasado cierto tiempo, volvieron al lugar unos hombres muy semejantes
a los que habían traído el poste; lo examinaron, lo golpearon con unas
herramientas, comprobando, la fofez de madera carcomida por larvas de
insectos, y lo derribaron. Tan minado estaba, que al caer se rompió.
El bosque hallábase conmovido por aquel tremendo acontecimiento. La
curiosidad era tan intensa que la savia corría con mayor prisa. Quizá
ahora pudieran conocer, por los dibujos del leño, la especie a que
pertenecía aquel ser respetable, austero y caviloso.
--¡Mira e infórmanos! -rogaron los árboles al pino.
Y el pino miró.
--¿Qué tenía dentro?
Y el pino dijo:
--Polilla.
--¿Qué más?
Y el pino miró de nuevo.
--Polvo.
--¿Qué más?
Y el pino anunció, dejando de mirar:
--Muerte. Ya estaba muerto. Siempre estuvo muerto.
Aquel día el bosque, decepcionado, calló. Al siguiente entonó la
alegre canción en que imita a la presa del molino. Los pájaros
volvieron. Ningún árbol tornó a pensar en convertirse en sillas y en
trincheros. La fraga recuperó de golpe su alma ingenua,en la que toda
la ciencia consiste en saber que de cuanto se puede ver, hacer o
pensar, sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más
grave es esto: vivir.
El bosque animado (1944).

fraga: bosque gallego.
onomatopeya: aquí, imitación del sonido del tren.
mixtificación: engaño.

Wenceslao Fernández Flórez (1884-1964)
Periodista y novelista gallego. Sus obras oscilan entre un lirismo
con tintes amargos y un humorismo escéptico. Las principales son:
Volvoreta (1917), El secreto de Barba Azul (1923), El malvado Carabel
(1931). El bosque animado (1944) está constituido por una serie de
relatos en torno a un bosque gallego, impregnados de poesía y
humanidad. El paisaje, las costumbres y los tipos, las diversas
historias amorosas, de bandidos, almas en pena, de animales y plantas,
etc., componen una verdadera obra maestra.

Webs para jóvenes escritores

Webs para jóvenes escritores:
http://cvc.cervantes.es/ensenanza/default.htm
http://www.cervantesvirtual.com/seccion/bibinfantil//
http://www.amigosdelibro.com/
http://www.encuentos.com/
http://www.cajamagica.net/
http://pacomova.eresmas.net/
http://imaginaria.com.ar/
http://www.bibliotheka.org/
http://www.ciudadseva.com/
http://www.bibliotecasvirtuales.com/
http://amediavoz.com/
http://revistababar.com/web/
http://www.poemitas.com/cosicosas.htm
http://www.peonza.es/
http://www.leergratis.com/category/literatura-juvenil

cuentos Oscar Wilde
cuentos Rudyard Kipling
cuentos de Las mil y una noches
cuentos de Leopoldo Alas Clarín
cuentos de Andersen
cuentos de Bécquer
cuentos de Jack London
cuentos de Ray Bradbury
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